ECONOMÍA

La apasionante historia del oro: desde la Antigüedad a nuestros días

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La apasionante historia del oro: desde la Antigüedad a nuestros días
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04 Septiembre, 2023


El oro es, probablemente, el metal noble más conocido y uno de los más apreciados en todas las culturas. Este metal inoxidable y maleable ha sido trabajado por los orfebres desde la prehistoria, y es que sus particulares cualidades conferían perdurabilidad y valor a aquello a lo que se destinara: joyas, monedas, ofrendas, coronas, estatuas u objetos ceremoniales.

El oro simboliza lo duradero, lo inalterable, de ahí que se utilice en los anillos de matrimonio, por ejemplo, como augurio de una unión inquebrantable. Pero estas características no son solo un halo místico: su estabilidad, frente a los vaivenes de las monedas de los diferentes países, hizo que se estableciera el patrón oro para garantizar la solvencia de las naciones soberanas en algunos momentos históricos.

Actualmente se ha abandonado ese patrón, pero el oro sigue siendo una seña de riqueza para los individuos y los países, como nos recordó la exitosa serie de Netflix La casa de papel, en la que una banda de ladrones trataba de robar las reservas de oro del Banco de España (un botín nada desdeñable, ya que estas reservas ascienden a 13.977 millones de euros, es decir, un 1 % del PIB).

Creado en las estrellas

Su nombre proviene del latín aurum, que significa «brillante amanecer» y, aunque se le llamase así por su resplandor, lo cierto es que no pudieron acertar más, ya que proviene de las estrellas.

Explosión de supernova. Foto: NASA

El oro es, al menos, tan antiguo como la Tierra y llegó a ella en los albores de la creación. Los científicos creen que el oro fue producido por la nucleosíntesis de supernovas. Estas grandes estrellas, con una masa 8 veces mayor que la del Sol, explotaron formando metales pesados y estas partículas de polvo entraron en nuestro campo gravitacional.

Como la Tierra aún estaba en formación, el hierro fundido se hundió hacia el interior, arrastrando los metales preciosos como el oro y el platino, y formó lo que conocemos como el núcleo.

El agua caliente que fluye a través de las rocas disuelve las pequeñas partículas de oro y las concentra en grietas de la corteza terrestre, formando vetas.

No obstante, la gran cantidad de este metal que hay repartida por todo el manto terrestre ha llevado a los investigadores del Bristol Isotope Group a comprobar otra teoría: la que sostiene que el oro que encontramos a nivel de suelo llegó, en realidad, gracias al bombardeo de meteoritos.

Símbolo de la divinidad en Egipto

Aunque se han encontrado evidencias de que ya en la Edad del Bronce se usaba el oro con fines ornamentales, es en el Antiguo Egipto donde adquiere su alto estatus al vincularlo directamente con la divinidad.

Máscara funeraria de Tutankamón

Para los egipcios, obsesionados con la permanencia, el oro vino a sustituir otras señas de riqueza (como los vasos de piedra tallada) e imponerse como el metal precioso por excelencia. El hecho de que fuera inalterable era una cualidad tenida en cuenta, por supuesto. Pero, además, había un que encumbró a este metal: el oro era la carne de los dioses. Su brillo se asemejaba al del sol, evocando al dios Ra.

Tan sacralizado estaba el oro en el Antiguo Egipto que únicamente el faraón podía concedérselo a alguien. El faraón, descendiente directo de los dioses, era el legítimo propietario de todo el oro de Egipto. Así pues, solo él podía honrar con la mayor recompensa a sus súbditos más destacados y entregarlo como regalo a mandatarios extranjeros.

Creso, el rey Midas que inventó la moneda

Muchos habrán oído alguna vez la historia del rey Midas, aquel viejo avaro que convertía en oro todo cuanto tocaba. Lo que no todos conocerán es la historia de Creso de Lidia, que guarda muchas similitudes con el mítico monarca.

Creseida de oro

Creso era el rey de Lidia, actual Turquía y muy próxima a Frigia (de la que Midas fue gobernante). Al igual que su vecino, Creso nadaba en la abundancia, en la abundancia de oro concretamente. Sin embargo, toda su riqueza no sirvió para darle la felicidad, ya que perdió a su hijo y heredero y vio como su reino sucumbía ante Ciro el Grande, rey de Persia.

Aunque la historia de Creso tiene la misma enseñanza que la de Midas (al menos, tal y como la relata Heródoto) y las cosas no acabaron muy bien para él, lo cierto es que le debemos una de las invenciones más decisivas de nuestra historia: la moneda.

Durante el reinado de su padre, Aliates, el oro y la plata habían adquirido un valor altísimo como bienes de cambio. Es en esta época cuando los lidios se especializan en la fabricación de electro, una aleación de ambos metales. Aunque las primeras monedas daten de tiempos de Aliates, fue Creso quien emitió por primera vez monedas de oro y plata, estableciendo el sistema bimetálico.

Más allá de El Dorado

¿Quién no ha oído alguna vez hablar de El Dorado? Seguramente habrá quienes, incluso, hayan fantaseado con enfundarse en un traje de explorador y remontar el Amazonas para descubrir la ciudad perdida, donde hasta los adoquines de las calles eran de oro.

Balsa muisca o balsa dorada, asociada a la leyenda de El Dorado

La llegada de Cristóbal Colón a América en 1492 supuso un punto de inflexión en la historia de Occidente y un cambio en la distribución de poder entre las naciones del viejo continente (con el que España salió beneficiada, por cierto). Además de descubrir un nuevo continente y todas sus maravillas, hallaron una fuente de riqueza que parecía inagotable.

En este mar de abundancia (que más tarde resultó ser solo una oleada), se empezó a gestar la leyenda de una ciudad hecha completamente de oro y el relato corrió como la pólvora, lo que hizo que muchos aventureros se lanzaran en su busca.

Por entonces, los españoles ya habían encontrado grandes cantidades de oro en los ríos de La Española, México y Perú, de manera que El Dorado no podía estar lejos.

No fueron pocas las expediciones que abordaron esta empresa, pero ni Francisco de Orellana, ni Jiménez de Quesada, ni Sebastián Benalcázar, ni Pedro de Ursúa consiguieron llevarla a buen puerto. Todos ellos serán recordados por la Historia, pero no por encontrar tan magnífica ciudad. Y es que todos partieron de una premisa falsa: El Dorado no era una ciudad.

Las leyendas suelen contener algo de verdad, pero la tradición oral las deforma y adorna de tal manera que descubrir en qué hechos se basan puede resultar complicado. Esto fue lo que ocurrió con El Dorado.

Una investigación del Instituto de Arqueología del University College de Londres ha encontrado hallazgos que esclarecen la base de esta leyenda y nos aclaran el uso que daban al oro los muisca, una sociedad prehispánica que habitaba Colombia desde el 800 d. C.

Como ocurría en Egipto, el oro tenía un valor sagrado para los muisca y estaba asociado a la divinidad. No era un símbolo de riqueza, sino de espiritualidad, por lo que se usaba fundamentalmente con fines votivos y no era exclusivo de las altas clases sociales.

El Dorado no era su ciudad, sino su líder que, al tomar posesión de su título, se desnudaba ante su pueblo y era ungido con aceites y polvo de oro antes de subirse a una barca y adentrarse hasta el centro de un lago.

Una vez allí, se deshacía del oro y arrojaba al agua ofrendas de oro y piedras preciosas. Cada nuevo líder repetía esta ceremonia y, llenando el fondo del lago con estos obsequios, imploraba a los dioses para tener equilibrio y prosperidad.

Tal y como derivó la leyenda más adelante, nos demuestra el choque cultural que se produjo entre los europeos y los nativos americanos. Los conquistadores nunca entendieron el valor espiritual que tenía el oro para ellos, al contrario. Ellos pensaban que la ciudad dorada de la historia era así porque los nativos le tenían tan poco aprecio a este metal que no les importaba desaprovecharlo asfaltando con él el pavimento. Nada más lejos de la realidad; tenía tanto poder que era la mejor ofrenda que se podía hacer para lograr el favor de los dioses.

La fiebre del oro

El oro ha gozado de gran estima, como hemos visto, desde la Antigüedad. Las regiones que han contado con una abundancia de este metal han sido zonas en las que el comercio y la cultura han prosperado, permitiendo el desarrollo de sus sociedades. Un ejemplo más cercano a la actualidad lo encontramos en el florecimiento del oeste estadounidense.

A principios del siglo XIX, la zona de California acababa de ser anexionada a Estados Unidos (en detrimento de México, que ya se la había arrebatado a España). Pero lejos de las sofisticadas urbes que nos ha mostrado Hollywood, el oeste era una tierra despoblada y aún salvaje.

Esto cambiaría a partir de 1848, el año en que el operario James Marshall, que estaba cavando el lecho de un canal para desviar el agua del río a un molino, encontró pepitas de oro allí. Corrió al aserradero para mostrar su hallazgo a uno de los trabajadores y, sin saberlo, inició la mayor fiebre del oro del siglo XIX.

Nueva Helvetia, que era el nombre con el que se fundó aquel asentamiento (actual Sacramento), prosperó gracias a la oleada de inmigrantes que llegaron a buscar oro en la zona.

De todo el país llegaban aventureros a probar fortuna, tratando de llevarse su pedazo del sueño americano. La región creció y surgieron nuevos negocios, como el de un avispado emprendedor que, lejos de filtrar los sedimentos fluviales en busca del codiciado metal, decidió hacerse con todo el material de la zona y venderlo a los buscadores de oro.

La fiebre del oro desató una avalancha de migrantes que, desafortunadamente, no lograron enriquecerse como esperaban. Pero sí que se generó riqueza en una parte del continente que, hasta entonces, estaba poco poblada y desarrollada.

El oro en la actualidad

El oro continúa siendo uno de los metales más apreciados en nuestra cultura, un regalo que la naturaleza dio a los mortales. Muy utilizado en joyería como símbolo de elegancia y estatus, el oro tiene un gran valor comercial y, en muchos casos, determina la riqueza de personas o naciones.

Tanto es así que aún hoy hay quienes se echan un pico al hombro y recorren los ríos donde todavía se puede encontrar. Tal es el caso del río Elva, en Italia, donde las leyes son bastante flexibles y la extracción recreativa está permitida, siempre y cuando los buscadores no guarden más de cinco gramos al día sin declararlo.

Si te consideras un gran buscador y los 5 gramos de Italia se quedan cortos, siempre puedes probar suerte en el río Arrow (Nueva Zelanda), el río Fraser (Canadá) o el río Gold Mines (Irlanda), donde las leyes son aún más permisivas.

Glenn T. Seaborg

Y si el trabajo físico no es lo tuyo, no desesperes, quizás pronto puedas fabricar tu propio oro. No, no es necesario que busques grupos de alquimistas en tu ciudad, solo necesitas un acelerador de partículas y tener buena mano con los isótopos.

Esto es lo que hizo Glenn T. Seaborg en 1981 al conseguir transmutar un isótopo de bismuto en oro. Este hallazgo le valió el Premio Nobel a Seaborg aunque, lamentablemente, el procedimiento ideado era tan costoso que no se pudo generalizar y comercializar.

Pero no te preocupes, a la velocidad a la que avanza la ciencia, quién sabe si pronto podremos pedir un acelerador de partículas por internet, tenerlo en casa ese mismo día y empezar a fabricar nuestro propio oro.

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